Esa presencia se percibe cuando el discurso parte de un cuerpo que se presenta, una locución viva, capas de habitar lo que está diciendo.
Esta posibilidad establece una conexión, el deseo de escuchar tiene que ver con creer en aquello que se está escuchando, hasta necesitarlo.
Esto se genera en la resonancia de la palabra esculpida por el ejecutor del discurso.
Esa resonancia convoca y reúne a los oyentes en una comunión tiempo espacio que los vincula como parte del hecho. Se pueden sentir "tocados" por las palabras, convocados a ser parte del discurso.